jueves, 28 de mayo de 2009

¿Qué es un estanquillo?

Que el Estanquillo es un Museo, no señor. Lo que pasa es que la palabra —como las imágenes— se agota de ser tan usada. Ahora resulta que en la web uno busca “estanquillo” y le salen puros monsis. Caray, qué poca memoria.

Qué pasó con “Los farolitos” onde mi apá iba por el pulque, o de “Las chulas” que tanto miedo provocaba en mi niñez, pero que hizo posible completar mi colección de máscaras de luchadores sobre una planilla de papel de estraza; o del estanquillo cuyo nombre mi madre no se acuerda, pero cómo gozaba el grito que, desde el interfón, le anunciaba que tenía una llamada telefónica. ¡Ah! Que ilusión le daban a mi madre esas llamadas, importantísimas sobre todo cuando tienes piernas flacas y tienes pesadillas de que aún no te has casado. Sí lectores, mi mamá era una mujer de antaño, de esas que soñaban con el ‘blanco’ (ustedes me entienden), pero cambió. —Y ¡qué cambio!— Desde entonces agradezco la política ojete de un gobierno que avergüenza, la jubilación del machista de mi padre que lo convirtió en un hombre tierno y sensible ante el profundo sentimiento de inutilidad, sentimiento bastante gratuito pero que a los ochenta años de mi padre, aún puede carcomerle la autoestima.

Pero andábamos criticando al Monsi, al Museo y a la poca memoria del chilango.

Fíjense nomás, por ejemplo, el diccionario de la lengua española ofrece como definiciones de la entrada “estanquillo” las siguientes variantes:

  1. m. Local donde se venden géneros estancados. (Pero qué tiene un queso de estancado, si es de lo más fresco).
  2. amer. Tienda pobremente abastecida. (sin comentarios, sólo digo — elegantemente, — véase la Fig. 1)
  3. amer. Taberna de vinos y licores. (pues hágase lo mismo que en la pomposa instrucción de más arriba)

Fig. 1. La que se tiene que mirar si ha leído usté arribita.

Foto sacada de la maqueta expuesta en el Museo del Estanquillo porque, a pesar de mi crítica anterior, y de lo que digan mis amigos y/o parentela, amo al Monsi.


Así que ante estas limitadas acepciones de la riqueza cultural que se desprende del concepto estanquillo es que me propuse escribir el presente artículillo.

Pero cuál “pobremente abastecida”, si el estanquillo era la tienda por antonomasia en donde se conseguía desde la corcholata hasta la llamada telefónica capaz de cambiar la vida, de nuevo, de mi madre. Otra cosa es que el tiempo y las continuas devaluaciones del peso fueran haciendo añicos esos establecimientos que en 4 x 4 m. funcionaban como jarciería, abarrotes, molino de moles y chiles secos, expendio de pulque, expendio de semillas, bonetería, materias primas, cremería, salchichonería, tlapalería, carbonería, teléfono público y quién sabe qué tanto más.

Un ejemplo actual del uso de la palabra lo podemos encontrar en este aviso oportuno sacado del periódico (por internet).



Figs. 2 (arriba) y 3 (abajo) Anuncios clasificados tomados de periódicos por internet.


Intento demostrar la polisemia de esta palabra mediante estos anuncias, en el primero (imagen a la izquierda) podemos leer la función: “para la venta de gorditas dentro de la plaza principal”, es decir, el estanquillo iba a servir para un uso específico, olvídense de todo lo que dije en el párrafo anterior. Aquí estamos ante otro fenómeno: estanquillo = local.

En el segundo anuncio la palabra “caseta” se considera sinónimo de estanquillo. Sus características están totalmente descritas (medidas, ubicación, mobiliario, aperturas y la ventajosa posibilidad de desarmarse), es decir, nos encontramos ante otra clase completamente distinta de estanquillo.

Sin embargo mi niñez guarda, celosamente, esta imagen (Fig. 4). La de un local con un viejito, como de muñequito de porcelana, atendiendo.


En la canción de Peter Manjarrés tenemos una muestra para la tercera acepción que nos otorga el diccionario: taberna de vinos y licores.